Federica de Baden, Reina de Suecia

Por hola.com

La vida de Federica de Baden (1781-1826), Reina de Suecia desde 1797 hasta 1809, estuvo marcada por no pocas adversidades, tanto en el terreno sentimental –su matrimonio con Gustavo IV de Suecia (1778-1837) fue una sucesión de sinsabores que terminaría en divorcio- como en el político –fue depuesta del poder, junto a su marido, a través de un golpe de estado en 1809, que la conduciría a un humillante exilio en Alemania-. Pese a ello la reina Federica es aún hoy recordada como una mujer de carácter firme y fue, a diferencia de su marido, popular entre el pueblo sueco. En estas líneas repasamos su biografía.

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Nace la futura reina Federica en Karlsruhe (Alemania) el 12 de marzo de 1781, siendo la cuarta hija del príncipe heredero de Baden Carlos Luis (1755-1801) y de la landgravina Amalia de Hesse-Darmstadt (1754-1832) –la precedieron las princesas Amalia (1776-1823), Carolina (1776-1841) y la futura Zarina de Rusia, Luisa (1779-1826)-. La infancia de la princesa Federica solo puede ser calificada de idílica, manteniendo un especial vínculo de cariño con su madre, que se mantendría a lo largo de su vida a través de una incesante correspondencia mutua. Federica recibió una extensa educación, una vez que sus padres estaban convencidos de que sus hijas, en el futuro, tendrían posibilidades de contraer matrimonio con príncipes casaderos europeos. Así la joven Federica, al igual que su hermana Luisa, dos años mayor que ella, fueron instruidas profusamente en arte, protocolo, música y danza, siendo ambas, igualmente, capaces de hablar perfecto francés, además de su lengua materna, el alemán.

Las ofertas de matrimonio para las princesas badenesas no tardarían en llegar. Teniendo la princesa Federica apenas doce años, y su hermana Luisa catorce, la emperatriz Catalina II de Rusia (1729-1796) las invitó a visitar Rusia con vistas a que conocieran a sus nietos Alejandro (1777-1825) y Constantino (1779-1831), ambos casaderos en aquellos momentos. Las jóvenes alemanas fueron recibidas con todos los honores en Rusia, donde propios y extraños alabaron su belleza y sus exquisitas maneras. Finalmente, la princesa Luisa acabaría conquistando el corazón del gran duque Alejandro, con quien contraería matrimonio convirtiéndose así en la gran duquesa Isabel Alekséievna. Por el contrario, el gran duque Constantino no mostró especial interés por la princesa Federica –terminaría casando en 1796 con la princesa Juliana de Sajonia-Coburgo-Saalfeld (1781-1860)-, por lo que ésta regresó al hogar de sus padres, apenada sobre todo por tener que separarse de su hermana.

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La tristeza por su infructuoso paso por tierras Rusia se disiparía pronto cuando llegaron a Baden las noticias de que el rey Gustavo IV de Suecia la había seleccionado como su futura esposa. El joven Rey, quien había llegado al trono tras el asesinato de su padre en 1792, siempre había estado obsesionado con casar con una mujer bella, hasta el punto de haber roto el compromiso con la princesa Luisa Carlota de Mecklenburg-Schwerin (1779-1801) precisamente por no encontrarla suficientemente atractiva. Su elegida en primera instancia había sido la gran duquesa Alejandra Pávlovna (1783-1801), de la que se había enamorado locamente. Sin embargo, la negativa de la rusa a renunciar a la fe ortodoxa había hecho abortar las posibilidades de matrimonio. Sería en uno de los viajes a Rusia para intentar convencer a la Gran Duquesa cuando el Rey conocería a la cuñada de ésta y hermana de la princesa Federica, la princesa Luisa, quien le mostró un retrato de su hermana soltera. El Rey quedó fascinado por la belleza de la teutona y decidió conquistarla.

El empeño del Rey fue tan grande que incluso se trasladó a Alemania para conocer en persona a su amada. Así la pareja se reunió por primera vez en Ehrfurt. Una vez que las familias dieron el visto bueno al enlace, el Rey y la Princesa se casaron el 31 de octubre de 1797 en Estocolmo, para residir desde aquel momento en el Palacio de Haga. La nueva Reina fue recibida con gran afecto por los suecos e igualmente por su familia política, especialmente por su suegra, Sofia Magdalena de Dinamarca (1746-1813). Sin embargo, la distancia de sus padres y el rígido clima escandinavo hizo mella en la joven Soberana, que comenzó a dar signos de melancolía y depresión. Pese a todo, los historiadores coinciden en que los primeros años del matrimonio de los Reyes fueron felices, como demuestra el hecho de que tuvieran cinco hijos en su primera década de casados: el príncipe Gustavo (1799-1877), la princesa Sofía Guillermina (1801-1865), el príncipe Carlos Gustavo (1802-1805), la princesa Amalia María Carlota (1805-1853) y la princesa Cecilia (1807-1844).

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Mientras la Familia Real crecía, el escenario político de Suecia se complicaba por momentos, en gran parte debido a las decisiones tomadas por el rey Carlos Gustavo. En febrero de 1808 la situación se agrava cuando tropas rusas invaden Finlandia, parte del Reino de Suecia en aquellos momentos, y Dinamarca declara la guerra a Suecia. La crisis deriva en un golpe de estado contra el Rey, llevado a cabo por un grupo de militares descontentos. Los Reyes y sus hijos son detenidos. El Rey es encerrado en el Castillo de Grispholm, mientras que la Soberana y sus retoños permanecen en el Palacio de Haga. Presionado por los golpistas, el Rey se ve obligado a abdicar y todos sus descendientes a renunciar a sus derechos dinásticos. El tío del Rey es coronado como Carlos XIII de Suecia (1748-1818), inaugurándose así la dinastía de los Bernadotte, aún hoy en día vigente en Suecia en la persona de Carlos Gustavo XVI (1946).

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No fueron momentos fáciles para la reina Federica aquellos que pasó en arresto domiciliario en compañía de sus hijos. Su entereza y dignidad fueron recibidas con admiración por el pueblo sueco, que vio en la Reina una víctima de las imprudencias políticas y estratégicas de su marido. La nueva Reina, Hedvig Isabel Carlota (1759-1818), intentó mantener con la antigua Soberana una relación cordial, pero la reina destronada solo quería reunirse con su marido y acompañarle en su seguro exilio. Finalmente la antigua Familia Real se reúne y marcha a Alemania, en concreto a Baden, donde son recibidos por la madre de la reina Federica. El profundo dolor que el Rey siente por haber tenido que abandonar de una forma tan deshonrosa su nación y el deseo de la Reina de seguir manteniendo un ritmo de vida acorde con su antiguo estatus afectan a la relación marital que, en poco tiempo, hace aguas. En 1812 los antiguos Reyes de hecho se divorcian.

Una vez separados, el rey Carlos Gustavo se instala en San Galo, mientras que la reina Federica y sus hijos viven en Lausana. La Reina, aún joven, recibe ofrecimientos para casarse de nuevo –en concreto de su cuñado el Duque de Brunswick-Wolfenbüttel (1771-1816), quien había enviudado de la princesa María (1782-1808) unos años antes y de Federico Guillermo III de Prusia (1770-1840)-, pero ella los rechazó. Corrieron asimismo rumores de un apasionado romance con el tutor de sus hijos. Pese a que su salud comenzó a deteriorarse, la antigua Soberana sueca se embarcó en innumerables viajes por Europa en donde se presentaba como Condesa de Itterburg, uno de los muchos títulos que le correspondían como Reina de Suecia. En 1826 muere en su residencia suiza de una dolencia cardiaca. Su exmarido, el rey Carlos Gustavo IV la sobrevive once años, tiempo que pasa sumido en la tristeza provocada por la corona arrebatada y la pobreza en la que se ve sumido. Sus restos mortales descansan en la iglesia de Riddarholmskyrkan de Estocolmo, templo en el que tradicionalmente se entierra a los Reyes de Suecia. Por el contrario, la reina Federica fue inhumada en Pforzheim, en su Baden natal.