Por eso mismo, lo primero que te proponemos tras alcanzar por carreteras nacionales este tesoro de fama internacional, es que dejes el coche a un lado. Porque a Frigiliana se viene a caminar, a olvidarse de mapas y GPS, a confiar en la intuición y perderse por esa suerte de laberinto que te conquistará desde el primer instante. No hay manera más bonita de llegar a cada uno de sus pintorescos rincones, que dejando que el propio pueblo te guíe.
Málaga más allá del mar, por sus pueblos más desconocidos
Así recorrerás sus empinadas cuestas, aquellas que te conducen hasta la calle Real, repleta de pequeños y coquetos negocios rebosantes de alma. Enseguida quedará patente que los vecinos de Frigiliana, propietarios de muchos de estos establecimientos, son tanto extranjeros como malagueños. ¿La razón? Un tercio de sus algo más de 3000 habitantes proceden de hasta 20 nacionalidades distintas.