Y lo hace en todos y cada uno de los aspectos, también en su origen. Cuando Eglantina se enfrentó a una finca casi abandonada que había pertenecido a la familia de su marido durante nada menos que 7 generaciones, tuvo claro que quería que la esencia del lugar perviviera, algo que logró respetando las técnicas de construcción tradicionales y los usos que se le habían dado en el pasado a los espacios. Al encanto que confieren los proyectos con alma, se añade la belleza de sus 8 habitaciones y 4 apartamentos, donde el corcho y las paredes encaladas ganan protagonismo, y en las que es cuidado hasta el más mínimo detalle con el fin de ofrecer un hogar fuera de casa a sus inquilinos. Aquí la experiencia va mucho más allá que el hecho de dormir en un lugar bonito, aquí se trata de vivir y entender que presente y pasado están más unidos de lo que imaginamos.
A los espacios comunes hay que añadir una sala de yoga, una granja y huerto biodinámicos, un restaurante con producto obtenido en su 80% de la propia finca e, incluso, un tradicional hammam. Los amenities, por cierto, son elaborados con productos ecológicos y pertenecen a la firma de la propia cicerone: 8950 es su marca.
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