Las Villuercas, pueblos serranos y valles boscosos en la Extremadura más verde

La naturaleza, la arquitectura típica y la artesanía desfilan de la mano en esta bonita comarca del sur de Cáceres

Por Noelia Ferreiro

Es un paisaje fresco y ondulante, con serranías que dan paso a espesuras boscosas, ríos tumultuosos que son el hogar de miles de aves migratorias y prados tapizados de encinas, castaños, alcornoques, cerezos en flor y dehesas infinitas. Nada que ver con los mares interminables de cereales que alfombran otros rincones de Extremadura.

Hablamos de las Villuercas, la comarca del sureste de Cáceres que supone la parte más verde de la provincia. Un lugar donde la naturaleza camina de la mano con el bello patrimonio de sus pueblos de arquitectura típica y con en el arte que se expresa en las iglesias y fortalezas desperdigadas por los caminos.

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PAISAJE PERFUMADO

Con una sierra que dibuja un dédalo de pequeños valles que se abren paso entre las cuencas del Tajo y del Guadiana, esta región tiene su techo en el pico que le da nombre y que se eleva a 1600 metros de altura. Las montañas en primavera desprenden sus aromas. Y los pliegues que dibuja el territorio son cobijo para la fauna. Bandadas de grullas, torcaces y estorninos atraviesan el cielo, asediadas por el buitre negro, el águila real o el halcón peregrino. Incluso no es raro toparse con jabalíes despistados que se cruzan de pronto en la calzada.

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Aquí, en la que está concebida como una de las áreas naturales más valiosas de la península, en este entorno donde el aire es puro y los pulmones se llenan de paz, la vida discurre silenciosa en los pueblos del camino. Algunos se cuentan entre los más altos de las tierras extremeñas. Otros exhiben huellas de civilizaciones perdidas impresas en vestigios arqueológicos. Y otros destacan por sus productos artesanales y gastronómicos, que elaboran desde tiempo inmemorial.

LA MANO DEL HOMBRE

Una ruta por las Villuercas no debe obviar la ermita del Humilladero, del siglo XV y hechuras mudéjares, y, poco más arriba, el Pozo de la Nieve, construido por los monjes para abastecer de hielo a la región. Pero, sobre todo, no ha de perderse los hermosos pueblos que salpican el territorio, casi mimetizados con el paisaje.

Entre ellos destaca Alía, la localidad más al este, rodeada por un entorno feraz de alto valor ecológico. Aquí lo suyo es conocer la pequeña iglesia de Santa Catalina, que pasa por ser uno de los grandes tesoros extremeños en estilo gótico y mudéjar, y después maravillarse con la laboriosa artesanía de bordados y enea por la que se reconoce esta localidad. Unos trabajos que compiten en calidad con los también realizados en cobre, que son toda una reliquia: braseros, calentadores de cama, alambiques y calderos. 

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Fruto de sus cepas centenarias, el vino de pitarra es el que distingue al pueblo de Cañamero, famoso también por una miel que tiene denominación de origen: la D.O. Miel Villuercas-Ibores. Pero no sólo es el paladar el que se sentirá agasajado. También aquí se puede visitar la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, de la que sobresale una torre barroca. En incluso se pueden hacer excursiones interesantes: desde descubrir las pinturas rupestres cobijadas en las sierras de cuarcita, hasta practicar actividades náuticas en el embalse de Cancho del Fresno, pasando por recorrer el Sendero de Isabel la Católica, donde al paso encontraremos a El Abuelo, un castaño varias veces centenario, desgajado por el peso de sus ramas.

CAMINO DE GUADALUPE

Explorar esta comarca trazada con piedra y agua supone toparse con otros pueblos de casas solariegas como Logrosán, que debe su esplendor pasado a unas antiguas minas de fosfato, o Berzocana, que atesora restos de épocas pasadas, tales como tumbas medievales, necrópolis romanas, castros celtas y hasta un vestigio de la Edad de Bronce, el llamado Tesoro, que se hallaba enterrado y ahora se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

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También con poblaciones serranas como Navezuelas, el segundo pueblo más alto de Extremadura, dominado por el imponente perfil del pico Villuercas.  O como la diminuta aldea de Cabañas del Castillo, que aparece después de un paraje conocido como las Apreturas de Almonte y que consta de dos gigantescos peñascos por entre los cuales se abre paso un río.

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Pero, sobre todo, sumergirse en esta comarca, declarada Geoparque Mundial de la UNESCO, es acabar (tarde o temprano) vislumbrando el gran hito de la ruta: el Real Monasterio de Guadalupe. Un santuario engrandecido con el paso de los siglos, que acabaría convirtiéndose en icono del descubrimiento de América. Incrustado en un monte que corona el pueblo del mismo nombre, este imponente complejo amurallado es a la vez convento, iglesia y castillo. Pero sobre todo es lugar de peregrinaje para admirar a la Virgen morena, la patrona de Extremadura y reina de la Hispanidad.