BURGOS

Santa María de Rioseco, el monasterio que salvaron los vecinos

Emocionan las ruinas de este templo cisterciense en la comarca de Las Merindades de Burgos, pero más aún conocer cómo las gentes de esta esquina de la España vaciada se empecinaron en rescatarlo del olvido y las zarzas. Ahora es ¡lo más visitado de la zona!

Por Elena del Amo

La pujanza en la Edad Media de Las Merindades se deja intuir por la cantidad de castillos y casonas nobles por kilómetro cuadrado que adornan pueblos como Frías, Oña, Espinosa de los Monteros, Medina de Pomar o Villarcayo. Entonces, las mercancías llegadas a los puertos del Cantábrico pasaban de camino a la meseta por estas tierras hoy demoledoramente despobladas. Entre los 16 pueblos del valle de Manzanedo solo suman 140 almas. A principios del siglo XIII, en este valle los monjes del Císter levantaron el ahora recuperado monasterio de Santa María de Rioseco.

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Estos revolucionarios, decididos a romper con los lujos de la Iglesia de aquellos días, dignificaron el trabajo manual practicándolo en primera persona. Con sus conocimientos técnicos y su ora pero también labora, revolucionaron a su vez la economía del entorno: canalizaron aguas e ingeniaron molinos y batanes, reorganizaron la agricultura con el cultivo del trigo y el lino, introdujeron los frutales, y sus granjas llegaron a reunir una cabaña ganadera de más de 2000 ovejas.

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Aunque la hegemonía cisterciense fue decayendo en toda Europa con el auge de las ciudades y el aterrizaje de órdenes más urbanas, como franciscanos y dominicos, estos llamados «monjes blancos»resistieron en este valle perdido hasta las desamortizaciones del XIX. Amén de la práctica desaparición del pueblo de Rioseco, su partida supuso el progresivo abandono y expolio del monasterio. El éxodo rural en Las Merindades se encargó de rematarlo dejando que se lo tragara la maleza.

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Cuando hace quince años al párroco y exprofesor de filosofía Juanmi Gutiérrez lo destinaron de Burgos al valle de Manzanedo, tuvo que echar mano de Google para localizarlo. Y cuando visitó por primera vez Santa María de Rioseco, la pila de escombros era más alta que él. Sin imaginar siquiera que estas ruinas devoradas por la vegetación se acabarían convirtiendo en lo más visitado de la zona, reunió a unos cuantos vecinos para desbrozarlas de zarzas e ir recolocando las piedras que podían mover con sus manos. Pero la cosa no quedó ahí gracias al colectivo Salvemos Rioseco, luego convertido en fundación (monasterioderioseco.com). «Nos movió la sensación generalizada de que éramos pocos, la mayoría ya mayores, y que cuando desapareciéramos, todo esto desaparecería también si no lo impedíamos», afirma, orgulloso de cómo el valle al completo se ha involucrado en el rescate de este pedacito de su identidad.

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Su estado de deterioro hacía, sin embargo, que no bastara con adecentar espacios esenciales como la iglesia, la sala capitular o el claustro. Justo el día en que conseguían reconducir el agua hasta el monasterio, de casualidad cayó por allí el arquitecto Félix Escribano. Entusiasmado con el proyecto, se embarcó a hacerles los planos para abordar una restauración como Dios manda. Algo parecido sucedió con la arqueóloga Silvia Pascual, directora de las excavaciones todavía en marcha. O con el televisivo Jesús Calleja,patrocinador del jardín renacentista replantado este verano frente a lo que queda del antiguo palacio y la torre del Abad.

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Con alguna subvención aquí y mucho micromecenazgo allá, Santa María de Rioseco fue poniendo el valle de Manzanedo en el mapa, y a cantidad de gente corriente manos a la obra. Unos jubilados gestionan tanto la entrada (gratuita, aunque agradecen los donativos) como su pequeña tienda, donde incluso despachan la cerveza artesana de estilo cisterciense que una empresita local les embotella con su sello. Otros se ocupan de las más de 8000 visitas guiadas que llevan hechas este año, y eso no incluye a las cerca de 20.000 personas que, calculan, han debido entrar a su aire, para alegría de las casas y hotelitos rurales de la zona.

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Si un cantero retirado viene de vez en cuando a enseñar a los jóvenes a trabajar la piedra, las abuelas de los pueblos de alrededor les preparan la comida a los que, imbuidos del espíritu Rioseco, echan una mano en su restauración durante la Semana de Voluntariado de cada verano.

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Hoy estas bucólicas ruinas acogen desde presentaciones de libros hasta conciertos líricos o de jazz. También talleres, como el que, entre otros, imparte el escultor Miguel Sobrino para aprender a tallar la piedra como se hacía en la Edad Media, en colaboración con la Universidad de Burgos y la Politécnica de Madrid. O el curso en el que una historiadora del arte enseña a mirar el patrimonio de Santa María de Rioseco, que deja con la boca abierta tras haber atravesado en zigzag los cañones y bosques del desfiladero de Los Hocinos, con el Ebro fluyendo bajo la carretera y un escuadrón de rapaces vigilando en las alturas.

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Pero, lo que definitivamente deja a cuadros es con sus inminentes visitas con gafas 3D, que permitirán viajar a los días de gloria del monasterio y pasear entre sus ruinas reconstruidas virtualmente o sus retablos barrocos y renacentistas colocados en su sitio. Las estrenan a finales de noviembre durante el Fair Saturday, una alternativa al Black Friday cada vez con más tirón donde, en vez del consumo, los protagonistas son el arte y la cultura. Hasta para ponerle fecha a su próximo estreno, Juanmi y sus vecinos no dan puntada sin hilo.

También puedes hacer una visita conjunta a los monasterios de Oña y Rioseco junto con la iglesia de Santa Olalla de Espinosa.

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