A los pocos meses de aquel gran enlace, Suecia sería escenario de otra boda real que sería el broche de oro a una de las historias de amor más bonitas de la realeza europea. Tuvieron que pasar 33 años para que el Príncipe Bertil de Suecia y Lilian Davies pudieran casarse y el 7 de diciembre de 1976 se dieron el "sí, acepto" en la capilla del Palacio de Drottningholm. Los humildes orígenes de la joven galesa fueron uno de los motivos por los que se retrasó tanto este ansiado enlace pero no fue el único. En la Suecia de los cuarenta, reinaba Gustavo Adolfo VI, casado en primeras nupcias con Margarita de Connaught, con quien tuvo cinco hijos. Su heredero era su hijo mayor, que ostentaba su mismo nombre y que en esos momentos ya estaba casado y era padre de cuatro princesas y un príncipe, Carlos Gustavo, el actual rey de Suecia. Sin embargo, la muerte prematura del Heredero convirtió a Carlos Gustavo, que entonces no había cumplido un año, en primero en la línea sucesoria, produciéndose un abismo generacional entre el monarca y su sucesor. Esto ponía en peligro la continuidad de la corona por lo que Bertil se encontró ante una terrible encrucijada. Dos de sus hermanos ya se habían casado con plebeyas y por ello habían tenido que renunciar a sus derechos sucesorios. Él ya había decidido hacer lo mismo para poder casarse con Lilian, pero tuvo que sacrificar su amor. Sabía que si algo le pasaba a su padre, él era la única esperanza de la familia para hacerse cargo hasta que su sobrino, Carlos Gustavo, cumpliera la mayoría de edad. Fue así, que hasta tres años después de que aquel bebé subiera al trono, Bertil pudo casarse con su gran amor, que además de plebeya era divorciada, todo un escándalo en aquella época. Durante estos años, los enamorados vivieron su amor en la mayor discresión para no provocar habladurías. Convencida de su amor, Lilian lo soportó todo y tras treinta años en secreto, sus esfuerzos rindieron frutos en esta boda.