La reina Carlota, clave en la historia de Reino Unido

La que fuera Soberana de Inglaterra y de Hannover, está considerada una influencia esencial de su marido, el rey Jorge III

Por hola.com

La reina Carlota (1744-1818) fue una de las mujeres más importantes de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, al ser Soberana del Reino Unido y de Irlanda, y, en los últimos años, también del reino alemán de Hannover. Mujer de gran personalidad, hoy en día está considerada como una figura clave en la historia política del Reino Unido, al ser una influencia esencial en la toma de decisiones de su marido, el rey Jorge III (1738-1820), hombre de frágil salud y de carácter voluble. Además, la reina Carlota destacó por su pasión por la botánica y por su promoción de la música, incluido Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), al que conocería personalmente. Hoy pues dedicamos estas líneas a la biografía de la reina Carlota del Reino Unido.


Sofía Carlota de Mecklemburgo -Strelitz nació el 19 de mayo 1744 en el Castillo de Mirow, siendo la benjamina de Carlos Luis Federico de Mecklemburgo-Strelitz (1708-1752) y de Isabel Albertina de Sajonia-Hildburghausen (1713-1761). Mecklemburgo-Strelitz era un pequeño ducado del norte de Alemania, perteneciente en aquellos momentos al Sacro Imperio Romano. Aunque sus tutores la consideraban inteligente, Carlota recibió una educación mediocre, centrándose, sobre todo, en lo que se refería al protocolo y a aspectos religiosos. Pese a ello, la futura Reina se esforzaría, a través de la lectura y del estudio, en mejorar sus carencias. A la futura Reina siempre se le reconocería su simpatía y su don de gentes. Siempre se ha destacado que Carlota no era una mujer especialmente agraciada. En su juventud era además en extremo escuálida. La joven tenía por lo demás una tez muy oscura, lo que ha llevado a no pocos expertos a apuntar que podría tener ascendentes portugueses mulatos.

La adolescencia de Carlota discurrió con normalidad en un entorno poco menos que rural y con una vida social limitada. No sería hasta que el rey Jorge III heredara el trono inglés, cuando su nombre comenzaría a sonar como posible candidata a casar con este monarca, a quien hasta aquel entonces solo se le conocía un romance, con Lady Sarah Lennox (1745-1826), el cual no había recibido el visto bueno de sus progenitores. La joven Carlota tenía dos aspectos que la convertían en una atractiva posible consorte. Por un lado, se trataba de una mujer de indudable pedigrí, pero suficientemente alejada geográficamente de las intrigas palaciegas de Londres. Por otro, el patrimonio familiar de la joven teutona aumentaba sus posibilidades.


Las negociaciones de matrimonio fructificarían y el matrimonio se celebraría el 8 de septiembre de 1761 en la Capilla Real del Palacio de St. James en Westminster. La joven alemana, que no hablaba inglés y que nunca había viajado más allá de las posesiones familiares, se convertía, de la noche a la mañana, en Soberana del Reino Unido y de Irlanda.

Poco más de un año después de contraer matrimonio, la reina Carlota daba a luz a su primer hijo, el Príncipe de Galés y futuro rey Jorge IV (1762-1830). Después llegarían catorce retoños más, de los que solo dos morirían antes de alcanzar la edad adulta. La Reina no perdió el tiempo en echar de menos su tierra natal. En pocos meses, para asombro de muchos, ya dominaba la lengua inglesa, y comenzaba a mostrarse como una mujer enérgica y en absoluto sumisa. Su carácter le traería no pocos problemas, sobre todo con su suegra, la princesa Augusta (1719-1772), mujer taciturna y malhumorada que la consideraba una peligrosa influencia para su hijo.

LA GRAN INFLUENCIA DEL REY
Hoy en día, los especialistas dan por sentado que la reina Carlota influenció a su marido en su labor de gobierno, si bien de manera discreta, y con el único objetivo de apoyarlo, sin intenciones egoístas o aviesas. No obstante, es conocido que la Soberana siempre intentó que su marido apoyara a los estados alemanes en, por ejemplo, la Guerra de Sucesión de Baviera en 1778. No obstante, la gran pasión de la Reina era, por una lado, la botánica y, por otro, la música.


Si bien, ya en 1765 el Rey había sufrido alguna crisis mental – hoy en día se cree que padecía una porfiria que le provocaba un grave trastorno de la personalidad -, no sería hasta veinte años después cuando su salud comenzaría a deteriorarse de forma grave, no siendo raro que frecuentemente fuera víctima de desmayos en público. La Reina sufriría enormemente con las crisis de su marido y comenzaría a preocuparse por su futuro en la Corte. La Soberana, de hecho, llegaría a la conclusión de que su propio hijo, el Príncipe de Galés, tenía intención de apartar a su padre del trono y de enviarla a ella de regreso a Alemania. Probablemente llevada por la paranoia, la Reina incluso confesaría a su círculo más íntimo sus sospechas de que el Príncipe estaba conspirando para declarar oficialmente a su padre loco.

TIEMPOS DIFÍCILES PARA LA REINA CARLOTA
La salud del Monarca parecería mejorar en 1789, pero pronto volvería a sufrir crisis de ansiedad de una virulencia extrema que le obligaban a guardar cama por días enteros. La Reina, muy afectada, caería en una grave depresión, que le llevaría a recluirse en sus aposentos, sin apenas aparecer en público. Cuando el estado de su marido empeoró, a partir de 1804, la Soberana prácticamente pasaría los días sola, rota de dolor. En poco tiempo la Reina engordaría de forma más que notable, entregada a la comida como única salida a su angustia. Finalmente, el Príncipe de Gales sería nombrado Regente.


Los últimos años de vida de la Reina discurren en soledad, solo interrumpida por sus escasas visitas a su marido, quien ya apenas logra reconocerla. En 1814, la Soberana inglesa se convertiría no obstante en Reina de Hannover, después de que su marido fuera nombrado Monarca del estado alemán en el Congreso de Viena. Los Reyes, en cualquier caso, nunca visitarían sus nuevos dominios.

En 1818, la reina Carlota caería enferma, por lo que decidió retirarse unos días al Palacio de Kew, una de las casas de campo de la Familia Real inglesa. La humedad del lugar, lejos de beneficiarla, le terminaría provocando una neumonía de la que de hecho no se recuperaría jamás. La Reina moría a la edad de 74 años en Kew el 17 de noviembre 1818. Sus dos hijos mayores, Jorge, el Príncipe Regente, y Federico (1763-1827), Duque de York, así como dos de sus hijas la acompañaron en el momento final. Fue enterrada en la capilla de San Jorge en el castillo de Windsor. Su marido, ya completamente ciego y con una demencia terminal, no fue informado de su muerte, muriendo a la edad de 81 años en el castillo de Windsor, poco más de un año después.