María Teresa de Austria, la española que reinó Francia

Mujer de poca ambición, la esposa de Luis XIV pasó desapercibida principalmente por su personalidad profundamente modesta

Por hola.com

Pese a ser uno de los personajes históricos de mayor relevancia del siglo XVII, la importancia de María Teresa de Austria y Borbón (1638-1683), hija de Reyes, casada con otro y abuela del primer miembro de la dinastía Borbón que ocuparía el trono español, parece haber quedado relegada a un segundo plano, quizás por su personalidad profundamente modesta y alejada de las ambiciones más mundanas. Sin embargo, un mero repaso a su vida, truncada a la edad de 45 años, muestra a una mujer leal, primero a sus padres, a los que no puso obstáculos cuando se le propuso casar con Luis XIV (1638-1715) con el único objeto de terminar con las hostilidades entre España y Francia, y posteriormente con su marido galo, a quien toleró sus desprecios varios. Mujer sencilla y de buen corazón, su vida estuvo sobre todo centrada en la crianza de sus seis hijos, si bien solo uno de ellos, Luis (1661-1711), llegaría a alcanzar la edad adulta. Hoy pues recuperamos la biografía de la reina María Teresa de Francia.

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Nace María Teresa como Infanta de España en el Real Monasterio de El Escorial el 20 de septiembre de 1638, siendo la benjamina del matrimonio formado por el rey de España Felipe IV (1605-1665) y la primera esposa de éste, la francesa Isabel de Borbón (1602-1644). Los primeros años de vida de la Infanta transcurrieron con tranquilidad, recibiendo María Teresa una educación notable en compañía de su único hermano, el príncipe de Asturias Baltasar Carlos (1629-1646). La muerte, primero de su madre, con apenas cuarenta y un años, y después de su hermano, víctima de una severísima viruela que le deformaría y le provocaría una agonía indescriptible, supondrían un enorme varapalo tanto para la Infanta como para su padre, el Rey, quien, sobre todo, quedaría marcado para siempre por la pérdida de su amado Heredero.

La muerte del Príncipe de Asturias no solo fue una tragedia para la Familia Real, sino que además significó la inestabilidad dinástica de España. Si bien María Teresa se había convertido con el deceso de su hermano en Heredera oficial del Imperio de España, el aparato del estado se puso en marcha para que el Rey volviera a contraer nupcias y engendrara un heredero varón para el trono. No tardaría mucho Felipe IV en encontrar una sustituta a la madre de María Teresa. La elegida sería la archiduquesa Mariana de Austria (1634-1696), hija del emperador Fernando III del Sacro Imperio Romano Germánico. La pareja se casaría en 1649 en Navalcarnero.

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La relación de la Infanta María Teresa con su madrastra Mariana fue positiva – recordemos que la diferencia de edad entre ambas era de apenas cuatro años, por lo que más que una relación materno-filial, entre ambas mujeres germinaría una amistad entre iguales -, como demuestra el hecho de que María Teresa actuaría como madrina de la primera hija de la austriaca con el monarca español, la infanta Margarita Teresa (1651-1673). María Teresa seguiría siendo Princesa de Asturias hasta el nacimiento del primer hijo varón de los Reyes, el príncipe Felipe Próspero (1657-1661), quien, tras su muerte, sería sustituido en el puesto por el futuro Carlos II (1661-1700), el conocido como El Hechizado.

Llegada María Teresa a la juventud, las autoridades españolas comenzaron a cavilar sobre su futuro y cómo éste podía beneficiar a los intereses estratégicos de la nación española. Es conocido que antes de que Felipe Próspero naciera, ya se habló de un posible matrimonio de la Infanta con el rey galo Luis XIV, pero que finalmente se descartó temiendo la unión de Francia y España en un único reino. En aquellos momentos la opción más atractiva para la Infanta era que casara con Leopoldo I de Austria (1640-1705), extremo que defendía sobre todo la reina Mariana, hermana del potencial novio. Mientras, en Francia se especulaba con el posible matrimonio del Rey con la princesa italiana Margarita Yolanda de Saboya (1635-1663), quien, sin embargo, terminaría casando con el Duque de Parma, Renato Farnesio II (1630-1694).

El hecho de que naciera Felipe Próspero, y María Teresa dejara de ser heredera directa del vasto imperio español, devolvió el entusiasmo a aquellos que defendían el matrimonio de la española con el monarca galo. Así, dieron comienzo una serie de intensas negociaciones entre los gobiernos español y francés que cristalizarían en un acuerdo y, de hecho, en el fin del conflicto bélico que enfrentaba a ambas naciones desde 1618 y que ha pasado a la Historia con la denominación de la Guerra de los Treinta Años. Con el fin de evitar que María Teresa ambicionara el trono español en un futuro, el acuerdo establecía la renuncia de aquella a la corona hispana, a cambio de una generosa dote –esta cantidad, 500.000 escudos franceses, enorme en la época, jamás llegaría a manos de María Teresa, una vez que las arcas del estado español se encontraban en un estado calamitoso tras décadas de guerra en el continente europeo-.

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La boda por poderes de la Infanta española y el Monarca francés se celebraría en Fuenterrabía, el 3 de junio de 1660. Cuatro días después la española abandonaría su patria. El encuentro con su prometido y la boda física se produce el 9 de junio en San Juan de Luz. A finales de agosto de ese año, los recién casados – María Teresa convertida ya en Reina de Francia - llegaban a París, donde eran recibidos con algarabía por las masas enfervorecidas.

Las crónicas de la época hablan, sin duda, de que los primeros años de matrimonio entre los Reyes fueron felices e incluso se acentúa el hecho de que el Rey estaba profundamente enamorado de la española, a la que no dejaba sola ni un solo instante. Asimismo, María Teresa pareció encontrar la felicidad en la corte francesa, sobre todo gracias a su suegra y al mismo tiempo tía, Ana de Austria (1601-1666), también de origen español. Este periodo de bonanza llega a su culminación el 1 de noviembre de 1661, cuando María Teresa da a luz al Heredero, el príncipe Luis (1661-1711).

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Sin embargo, a partir del nacimiento de su primer hijo, el Rey comenzó a perder interés por su esposa y a tener relaciones extramatrimoniales varias. La Reina, informada de la deslealtad de su marido, aceptó con resignación y responsabilidad de estado los escarceos del Rey e incluso la intensa y duradera relación que éste mantuvo con la Marquesa de Montespan (1640-1707). Probablemente desilusionada y deprimida, la Reina comenzó a desinteresarse por el día a día de la Corte, y a concentrarse en el juego – María Teresa era una apasionada de los naipes -. El Rey, por su parte, comenzaría una nueva relación con Madame de Maintenon (1635-1719) en 1670, habiéndola conocido cuando aquella trabajaba como institutriz de uno de los hijos ilegítimos del Rey con la de Montespan, el Duque de Maine (1670-1736).

La reina María Teresa, completamente desplazada del centro del poder – su papel en la toma de decisiones políticas del Reino de Francia fue prácticamente nulo -, y poco menos que repudiada por su marido, que ya no ocultaba su amor por la de Maintenon, sufrió un decaimiento físico generalizado que se agravaría en julio de 1683. El 30 de julio de ese año, la Reina moría en Versalles. Su marido, con quien ya apenas tenía trato, la recordaría con ternura y siempre la describiría como una mujer buena y discreta que jamás le ocasionó problema alguno. Sin embargo, ese mismo año, o según otras fuentes, en 1684, el Rey contraería matrimonio secreto con Madame de Maintenon, su gran amor y con quien de hecho compartiría su vida hasta el fin de sus días en 1715. Los restos mortales de la reina María Teresa fueron enterrados en la cripta de la Basílica de Saint-Denis. Su corazón, sin embargo, fue llevado a la Iglesia de Val-de-Grâce.