Fue el 20 de noviembre de 1947 cuando la Reina Isabel unió su vida al Príncipe Felipe en la Westminster Abbey de Londres. Después de años enamorada del joven capitán, la entonces princesa veía cristalizado su sueño de unir su vida al que sería su único amor. De eso han pasado casi 73 años, pero la pareja ha salido avante de dificultades, desavenencias y grandes pruebas que el destino les ha puesto enfrente. Apenas hace unos meses, posaban juntos desde el Castillo de Windsor, donde pasaron la cuarentena antes de viajar durante el verano a Balmoral y luego a Sandringham. En vísperas de su aniversario 73 de bodas, se ha dado a conocer un detalle que pocos saben de la pareja, y es que ante sus nupcias, un entonces galante Felipe quiso tener un gesto muy especial con su novia, el cual ha logrado mantener en secreto por siete décadas.
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Como es tradición, la argolla matrimonial de la Reina está hecha con oro de una pepita de Gales, la misma de la que han salido los anillos de sus descendientes. Pero si se trata del mismo material, la sortija de la monarca tiene una particularidad que no se encuentra en ninguno de los otros anillos. Según el libro, Prince Philip: A Portrait of the Duke of Edinburgh -en un fragmento publicado por el Dailymail-, antes de la boda, el Príncipe Felipe pidió que se grabara una inscripción especial en el anillo que entregaría en el altar. El mensaje ahí escrito únicamente lo conoció el joyero, Felipe y la Reina. Dado a que la monarca nunca se quita su anillo, nadie más sabe qué dice en él y seguramente, será un secreto que guardará para siempre.
Si ese detalle te parece muy romántico, debes de saber que el anillo de compromiso también tiene su propia historia. Con un linaje real propio, el Príncipe mandó a hacer el anillo de una de las tiaras de su madre, la Princesa Alice de Grecia y Dinamarca. La joya fue un regalo que el último Zar Nicolás II y su esposa, Alexandra, dieron a Alice cuando se casó con el Príncipe Andrew, padre de Felipe. Como han decidido hacer otros novios de la realeza, el Duque de Edimburgo diseñó personalmente el anillo con el que propondría matrimonio a la entonces princesa. Ayudado por el joyero Philip Antrobus, Felipe creó la argolla que está compuesta de un solitario de tres quilates y ocho diamantes más pequeños -cuatro a cada lado-, una sortija digna de una reina, la cual la acompaña inseparablemente.
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El inicio de su historia de amor
La pareja se conoció en 1939, cuando la Reina tenía solamente 13 años y el Príncipe 18. Por supuesto, en aquel entonces, aunque la entonces princesa quedó completamente enamorada del galante marino, para el Príncipe las cosas eran distintas, la diferencia de edades era todavía muy marcada. No sería sino hasta en 1946 cuando las cosas tendrían un giro romántico, con la joven Princesa defendiendo su amor a capa y espada, incluso contra quienes veían en Felipe a un personaje polémico para convertirse en la pareja de la heredera al trono.
A diferencia de lo que se pensaría para alguien en su posición, la Reina tuvo un enlace discreto, pues su país venía saliendo de la durísima Segunda Guerra Mundial. Al igual que miles de novias, la monarca juntó las raciones de tela para hacer su vestido y se dio el ‘sí, acepto’, frente a 2,000 invitados en una ceremonia que guardó todos los protocolos de la época.