¿Cómo es posible que la música en 'streaming' contamine más que los vinilos y los CDs?

Si ya no existen los CD ni DVD se está haciendo un gran favor al planeta al dejar de producir objetos plásticos. Esta idea es cierta pero, por otro lado, la música en 'streaming' empieza a ser altamente contaminante. Te contamos cómo ocurre esto.

Por Cristina Soria

La forma que tenemos de consumir cada vez va más encaminada a multiplicar nuestras opciones, a no hacernos esperar y a darnos una supuesta libertad. Muchas de las cosas para las que hace años había que esperar con paciencia, ahora se consiguen en cuestión de segundos.

Desde enviar una carta, recibir un paquete, ver una película o escuchar música. Todos estos procesos, y muchos más, se han simplificado para que lo tengas todo y lo tengas ahora. Ya no hace falta comprar un sobre, escribir una carta y ponerle un sello, porque está el email. Los paquetes de compras online se comprometen a ser entregados en menos de 24 horas, cuando hace años podrían tardar dos semanas y nunca sabíamos dónde estaban exactamente. Las películas se descargan en el acto, no hay que buscar un videoclub que la tenga, ni esperar que la única copia que tienen esté disponible. 

Y lo mismo con la música: nada de esperar impaciente a comprar un CD preciado para luego escucharlo mil veces hasta aprenderlo de memoria. La música se escucha ahora en plataformas digitales, ya no hay apenas sorportes físicos, nadie pretende vender CDs, ni existen ya estanterías repletas de música en los hogares. Ahora aquella canción que tienes en la cabeza la puedes escuchar allá donde te pille, solo tienes que dar dos golpecitos con tus dedos en la pantalla del móvil o dos clicks en el ordenador.

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El 'streaming' no consume plástico

Hay una concepto en economía básica que pocas veces se equivoca: cuanto más consumo, más recursos se movilizan. Tanto la música en streaming, como las películas y series que vemos en plataformas han multiplicado exponencialmente el consumo de este tipo de ocio. Ahora por una cantidad fija mensual tenemos acceso a (casi) todo el universo de música y ficción del planeta.

Podríamos pensar que dado que ya no existen cassettes, CDs ni DVDs, el planeta está más a salvo. Según datos del estudio 'Decomposed. The Political Ecology of Music' -'Descompuesto. La ecología política de la música'-, en 1977 se utilizaron 58.000.000 de kilos de plástico para producir todos los soportes físicos de música en EE.UU., vinilos generalmente. En 1988, la cifra fue similar, aunque en este caso esta ingente cantidad de plástico se destinó a los cassettes. Y en el 2000 se llegó a 61 millones de kilos para producir CDs.

Desde que las plataformas de streaming se han impuesto, la producción de CDs, DVDs y vinilos ha caído en picado, y ya solo se fabrican copias de coleccionista para fans. Por esta razón, se ha pasado a utilizar una cantidad de plástico muy pequeña en comparación con la utilizada en las décadas anteriores: ahora asciende a solo 8 millones de kilos la cantidad anual destinada a la fabricación de soportes musicales.

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Sin embargo, la huella de carbono sube

Realizar los cálculos de la huella de carbono es un proceso muy complejo que depende, además, de en qué punto acotemos la responsabilidad de una acción. Es decir, la huella de carbono de escuchar música por streaming podría consistir en la producción de energía eléctrica que utilizamos en casa para que nuestros dispositivos se contecten a los servidores de streaming y hagan sonar los altavoces. Esto sería una cantidad despreciable, similar a la que invertiríamos con un reproductor de CD.

Sin embargo, los especialistas en calcular la huella de carbono no considerarían ese cálculo acertado, pues cada vez que reproducimos una canción no sólo estamos interactuando con nuestro propio dispositivo, sino que esperamos que existan al otro lado de la conexión unos servidores que dispongan de esa música almacenada y realicen el envío de datos a nuestro dispositivo.

Los sistemas de almacenamiento y transmisión de datos están situados en grandes centros de procesamiento de información, que consumen mucha energía y que, por tanto, disponen de una huella de carbono que puede ser analizada y repercutida al gasto ecológico que nosotros realizamos cuando escuchamos música.

En este sentido, existen datos sobre cuántos gases de efecto invernadero se han producido en la industria musical de Estados Unidos, tanto por la grabación como por el almacenamiento y la transmisión de archivos. En el año 2000 ascendían a 157 millones de kilos de gases, y en 2016 esta cantidad ascendió a 350 millones. Estos datos reflejan que, mientras que la producción de plásticos ha descendido, los gases asociados a la transmisión de datos están llegando a cifras muy elevadas, que van en aumento y que, por tanto, aunque la transmisión de música sea intangible, también tiene repercusiones físicas en nuestro medio ambiente.

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