Martina Hingis

Nació para ser tenista. Su madre, Melannie Molitor, la llamó Martina en recuerdo a su ídolo: la inolvidable Martina Navratilova. A los tres años su padre le regaló su primera raqueta de madera. Su madre, entrenadora, comenzó a enseñar a la pequeña los primeros rudimentos de un deporte que la consagraría a la fama. Porque si bien desde niña se sospechaba que llegaría lejos, nunca se imaginó que tan pronto. Con tan sólo diecisiete años ya era la indiscutible número uno.
29 Septiembre 1980
Nombre: Martina Hingisova
Nacimiento: 30 de septiembre de 1980
Lugar: Kosice (Eslovaquia)
Su infancia fue una pista de tenis en la que su madre entrenaba a grupos de niños. Ella estaba ahí. Siempre correteando, devolviendo pelotas y practicando con su madre en un principio diez minutos. Con cuatro años, Melannie Molitor incrementó el tiempo de entrenamiento y pasaron a ser veinte minutos. Así hasta llegar a la hora, tiempo máximo que entrenaba con su madre. A los diez años ocurrió lo inevitable: la hija y alumna modélica ganó a la madre. Años después, Martina recordaba esta "hazaña" como uno de los momentos más satisfactorios que le había proporcionado la práctica del tenis.
Sus primeros años no fueron fáciles. Si bien destacó constantemente sobre la pista, la vida privada de su madre la llenó de inseguridades e inestabilidad. Cuando contaba cuatro años, su madre se separó de su padre, Karol Hingis. Ambas se trasladaron y se fueron a vivir a Roznor, una localidad de la República Checa a más de cuatro horas de viaje de la ciudad que la vio nacer. A los siete años, y en Suiza donde madre e hija acabaron instalándose definitivamente, comenzó a ir al colegio. Y ese encuentro con las alumnas y los compañeros, fue para Martina Hingis una experiencia traumática: "Tuve que ir al colegio, pero no podía entender nada de lo que decían. Era horrible". Sin embargo, Martina parece que se crece con las dificultades. No sólo llegó a dominar el alemán, sino que aprendió otros idiomas como el inglés o el francés.
A los catorce años se hizo profesional, al jugar el Open de Zurich en octubre. Tuvo un bache, en el terreno deportivo y personal, durante la temporada 96. Los continuos enfrentamientos con su madre (quien, además se divorció de su segundo marido, el suizo Andreas Zogg ese mismo año) parecían reflejarse en su juego. En la Lipton Championship perdió estrepitósamente contra la número 100 del mundo, Nana Miyagi. Su madre, implacable, la amenazó con obligarla a volver a la escuela (que había dejado en el mismo momento en que se convirtió en profesional). Como Martina ya había encontrado su razón de vivir en el calor del público, recibió aquella amenaza como un ultimátum y se esforzó aumentando en dos horas y media su tiempo de entrenamiento.
El esfuerzo dio sus frutos. La temporada 97 fue una gran temporada. Acabó el año siendo la número uno. Ganó todos los Grand Slam, a excepción del Roland Garros. Un año más tarde conoció al tenista español Julián Alonso con el que tuvo una relación que duró algunos meses. Pero rompieron y Martina, una vez más, parecía llevar a las pistas sus problemas personales. En el 98 no pudo mantener su número uno. Y fue perdiendo posiciones. No obstante, una gran deportista y estrella mediática (ha sido portada de las principales publicaciones del mundo), sabe resurgir y volver a su puesto. El de campeona difícilmente batible.
Martina Hingis, la que mantiene la superstición de no pisar las líneas en la cancha, la inmortalizada en el Museo Madame Tussaud en Londres, planea (con poco más de veinte años) un futuro de entrenadora. Y entre juego y juego aún le da tiempo a vivir historias de amor.