Javier Conde

Los entendidos han dicho "si lo de Javier Conde no es el toreo, lo sentimos por el toreo". Así de contundentes. Otros no han dudado en tacharle de impostor, de bailarín en la plaza. Entre defensores y detractores, Javier Conde con su traje de luces sale orgulloso porque sabe, muy dentro sabe, que lo que nunca hace es pasar desapercibido. Y eso es todo un logro, como torero y como hombre.
19 Febrero 1975
Málaga, España
Genial artista que renuncia intencionadamente a ser comparado. Él es único en lo bueno y en lo malo. En su manera de posar y en sus lances al toro. Javier Conde es al toreo lo que Picasso fue a la pintura. Genial innovador que se alimenta de los clásicos para, después, romperlos y crear un nuevo estilo que bien puede ser calificado de absolutamente moderno.
Tomó la alternativa en su tierra natal, en el coso de la Malagueta, con el Niño de la Capea de padrino y Jesulín de Ubrique haciendo las veces de padrino. Era un dieciséis de abril y al matador se le abrían las puertas de un mundo grande de aficionados a la fiesta. Debutó ese mismo año en México y en 1996 triunfó con gran boato en las plazas de Colombia, en especial en la de Cali.
Sus grandes faenas en los cosos han sido cantadas por los mejores cronistas taurinos. Así, don Fernando Bergamín Arniches dijio de él que "no abandona la pura esencia del toreo eterno... no rompe nada y lo cambia todo... no busca sino que encuentra... encuentra un toreo de iluminaciones sucesivas...".
A todo su poder en la plaza, se une un físico de mítico torero cantado por los más clásicos. Su regusto en las suertes, su disfrute en cada muletazo, se pueden equiparar a un corazón de sueños posibles que le han llevado a compartir sus sentimientos, que son muchos, con dos cantantes con mucho duende, Marta Sánchez y Estrella Morente, quien le ha hecho finalmente decir ese sí que produce tantos nervios como una tarde en la plaza.